
Las ciudades -nos guste o no- también nos habitan a nosotros. Se pasean por nosotros, nuestras esquinas y nuestras plazas. A veces haciéndonos sentir bien, otras dándonos escalofríos y en algunos casos, cogiéndonos cariño.
Jena debe de sospechar que la odio, y es cierto que motivos no le faltan. Se enfada y nos envuelve a los dos en una neblina que oculta sus vergüenzas. Luego se le pasa y me perdona. Se intenta poner coqueta, con dos o tres días de glorioso otoño de cielo azul y fuego en los árboles, aunque todo acaba quedando en buenas intenciones.
Con reflejos envidiables -me conoce bien-, cuando me voy a ir con otra a engañarla por dos o tres días, intenta que por lo menos me vaya con ganas de volver. Espero irme de aquí antes de que consiga convencerme del todo.
Jena debe de sospechar que la odio, y es cierto que motivos no le faltan. Se enfada y nos envuelve a los dos en una neblina que oculta sus vergüenzas. Luego se le pasa y me perdona. Se intenta poner coqueta, con dos o tres días de glorioso otoño de cielo azul y fuego en los árboles, aunque todo acaba quedando en buenas intenciones.
Con reflejos envidiables -me conoce bien-, cuando me voy a ir con otra a engañarla por dos o tres días, intenta que por lo menos me vaya con ganas de volver. Espero irme de aquí antes de que consiga convencerme del todo.