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martes, 20 de enero de 2009

Crack.

Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan.

En ese momento, cuando conseguí volver a dormirme, me alegré de haber conocido a áquel tipo. Situación: a las tres de la mañana de un lunes, mi cama decide que hasta aquí hemos llegado: adiós muchachos. Cayó en mi casa por casualidad, ha sido una fiel compañera en muchos pisos, mudanzas e incluso almacenes temporales. La cama ha sobrevivido a cinco casas, dos ciudades, un cambio de bici, de universidad, de novia y hasta de tema de tesis. Junto con la caja de herramientas, el reloj de pared y la librería.

Con sólo una pata de la cama rota (cuatro patas rotas permitirían poner el colchón sobre el suelo) me acordé de él, y de de su cama, siempre con cuatro montones de libros como patas. Nunca los tomos de Tolkien, Grass o Mann le habían sido tan útiles, decía. A Platón y a Nietzsche los iba intercambiando, de la cama a la librería, según su estado de ánimo.

Cierro los ojos y repaso la selección de libros que -hoy más que nunca- me van a ayudar a dormir. Una antología de poesía alemana -poco ojeada desde que la saqué de una caja de frutas un mercadillo en Berlín-, el Tambor de Hojalata que no he tocado desde que lo compré en Weimar (Günter Grass, gran productor de ladrillos), un libro sobre fisicoquímica que abro menos de lo que debería y para el ajuste fino, las 96 páginas la constitución alemana, también caída en mis manos sin yo quererlo. Debería leer más.

lunes, 3 de marzo de 2008

IKEA state of mind

Hace tiempo me di cuenta de por qué me gusta montar muebles de Ikea. Son el problema perfecto. Un puzzle en 3D que se hace con herramientas. No son muy difíciles de montar, pero tienen la dificultad suficiente como para que, al terminar, se pueda disfrutar un poco de esa sensación que se tiene cuando se resuelve un problema. Lo que nunca pensé es que también el somier hubiera que montarlo tabla a tabla!

Mi cama debe ser de las pocas cosas de mi casa que no son de Ikea. Cuando hice mi primera mudanza en Berlín, saliendo de la residencia en Schlachtensee con otros 3 erasmus a un piso en Prenzlauer Berg, casi nadie compró muebles Ikea (esos vinieron con la primera beca de verdad). Alquilamos una furgoneta inmensa y fuimos siguiendo anuncios de gente que se quería deshacer de muebles grandes y los regalaba. La cama fue uno de ellos. Así fue como mi Mitbewohner, un companiero gaditano que algún día dejará un comentario, durmió sus últimos seis meses en Berlín en una cama que alguien quiso regalar. Después hubo que llevarla a casa de una amiga para guardarla 6 meses (en Schöneberg), en los que yo regresé a la residencia. Cuando volví al centro, a un piso, de nuevo a sacarla y subirla, esta vez a Berlin Mitte. Su último destino ha sido Jena. Nunca un regalo dió tanto de si. Lo curioso de todo es que ninguno de los transportes fue con la misma gente. En las tres mudanzas he tenido ayuda siempre de gente distinta. Primero los erasmus 04/05 (se fueron), luego los erasmus 05/06 (se fueron también) y por último unos companieros del trabajo (se vinieron a Jena también).

Y como hablo del piso de Berlín Prenzlauer Berg y el otro día de ventanas, ahí va la foto. Es desde balcón, a la esquina Danziger Str. / Greifswalder Str. La esquina del fondo es Danziger / Prenzlauer Allee, y un la siguiente sería ya U Eberswalder Str. Mi ventana daba al balcón, orientado al sur, y la casa era un piso 3°, con lo que en verano los atardeceres eran así. Algún día diré algo sobre El cielo sobre Berlín: