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lunes, 23 de noviembre de 2009

Ex.

Como cualquier antigua novia que se merezca ese nombre, Berlín me recibe con una mezcla de sospecha y alegría. Contenta, pero sin dejar de pensar ¿Y qué querrá éste ahora de mí? Probablemente no le guste la soltura con la que intento moverme por sus calles. Las conozco más de lo que a ella le gustaría admitir. A mí -y también me cuesta reconocerlo- me duele un poco que ella siga encantadora como siempre. Esperaría que se fuera marchitando, que me recibiera con un Así estoy yo sin tí, pero está espléndida. Qué le vamos a hacer, ya me ha superado.

Paseo por sus calles como si viviera aquí, con tiempo en las manos y las manos en los bolsillos. Miro escaparates sin comprar nada. El barrio con más galerías de arte por metro lineal se ha convertido en el de más obras por metro cuadrado. No me esperaba menos de Berlín, la mejor ciudad del mundo para jugar al escondite:









viernes, 17 de octubre de 2008

El país de los sentidos.

Cinco de la tarde y ya voy por el cuarto café: Italia ¿Dónde si no? Todos los sentidos recibiendo más estímulos de lo normal. FIATs en las rotondas y flores en las curvas peligrosas, y las máquinas tocando la pita antes de cogerlas. Comida, comida y más comida. Campanarios en las colinas
Mientras tanto, en Jena, mis higrómetros deben de estar pasándoselo en grande, hablando con los pájaros de la pared, y las arañas de las esquinas

Aunque les eche de menos, a quien más tengo en mente es a ella, que me espera, y me soporta (literalmente). Veremos qué tal bienvenida me da cuando vuelva...

domingo, 3 de agosto de 2008

Intermezzo.

Tussies(*), Turcos y Turistas. Olor a ciudad nada más salir del tren, a gente y más gente. Quincalla y libros viejos en cajas de fruta. El camarero deja de maltratar sus clientes por un momento y pide amablemente al músico ambulante que se vaya a otra parte a destrozar boleros con su acordeón. Berlín: cafés con tipos flacos de pelo sucio y gafas de pasta escribiendo en sus cuadernitos sobre gente que quizá ya no viva aquí.

El museo: su altar, su puerta con los leones. La cruzo, igual que hace nueve años como viajero de fin de curso atolondrado, después turista mochilero de verano, como recién llegado, vecino del barrio, viejo conocido y ahora como visitante de paso. Obras y más obras. La ciudad que va cerrando heridas y abriendo zanjas. Todo aquí se mueve o deja de hacerlo al compás de las Bauarbeiten.

Mi último barrio, sus anarco-lesbianas federadas y sus punkis que siguen en lucha:
Cruzando ese portón, en el Innenhof -bitte keine Photos, no tourists dicen los grafittis- aún hay dos bicis mías olvidadas, heredadas de generaciones de alumnos erasmus que llegaban y se iban. Tomamos la última copa en un bar en el que -explicablemente- hay una hamaca que estuvo en mi salón un año y medio. Nos despedimos, y la funeraria de enfrente nos recuerda que ni la muerte nos alejará del mal gusto -o de los buenos precios:


(*) Más links: uno y dos.

viernes, 1 de agosto de 2008

Aquí.

Alemania cuando pido un paquete el lunes y me llega el jueves. Alemania cuando vuelvo a separar la basura. Cuando mi vecino estudia algo como intercultural management. Alemania cuando la palabra Polsterluftbriefumschlag suena en la oficina. Alemania cuando la asesora fiscal se llama nada menos que Frau Geldhäuser. Alemania cuando escucho la palabra Steuerberatergebührenverordnung. Vuelvo a ser Sehr geehrter Herr P -wie Peter, E -wie Emil, R -wie Robert, E -wie Emil und Z -wie Zeppelin.

Jena: llego a la universidad antes de que acabe la primera canción del mp3. Jena cuando entro en la mensa temblando. Juraría que la camarera me desea Buena suerte en vez de Buen apetito al darme una montaña de papas y brócoli. Jena cuando salgo pronto de la universidad porque cierran las tiendas. Cuando hago lo que quería hacer en la mitad del tiempo. Del cuello de la cajera cuelga la forma de Turingia en oro. Jena, ciudad de la luz y de la escasa banda ancha.

Mi casa cuando veo los higrómetros. Cuando hasta la pesa parece marcar menos, será la crisis. Mi casa cuando veo el mapa de Berlín en la pared. Café, al fin café. Mi casa cuando me hago una ensalada. Mi casa cuando friego, cuando hago la lavadora. Mi casa cuando salgo y en cinco minutos estoy tomando una buena cerveza en buena compañía.


martes, 18 de marzo de 2008

Imagínenseme

La canción se llama "New Soul", y es la que se escucha de fondo en el buenísimo anuncio del Mac-Air, de Apple. Es exactamente la canción que suena en mi cabeza mientras me levanto y saboreo la primera mañana de ¡internet en casa! El viernes estuvimos dos horas intentanto llevar, con un repetidor-antena, la única red WLAN de DSL de un vecino hasta mi casa. Imposible. Ni J., que vino para ayudarme y se entendió en inglés con mi vecino, pudo remediarlo. Después vino la fiesta y la visita al despacho a las dos de la mañana (que no moló). Lo que hice por la mañana del sábado fue acercarme hasta la puerta del vecino, portátil en mano, descargarme el borrador de artículo que mi jefe quería para el lunes y salir para la estación. Así que anoche, a la vuelta del trabajo, cansado de mendigar internet, le pedí a otra vecina que me diera su clave de red para, aunque sea lento, tener "una poquita de intelné" en casa. El café sabe mejor cuando escribo el blog desde casa.

Hace tiempo que hablé de ventanas, de ventanas y cuadros, y de un cuadro de C.D. Friedrich. Este fin de semana me he encontrado con que yo mismo compré un póster de ese cuadro hace más un año en una exposición en Berlín y me había olvidado. Lo bueno de ser olvidadizo es que te llevas estas sorpresas de vez en cuando. Una vez fui a clase un día de fiesta. Cuando llegué al colegio éramos yo y otro pobre desgraciado mirándonos extrañados. Ese pobre desgraciado se convirtió en mi mejor amigo, y hasta hoy. Hasta ayer, que hablamos por messenger y me dijo que le gustaba el blog. El gimnasio le está afectando al cerebro. Mi hermana, harta de que me olvide de sus fechas de viajes y de que confunda su cumpleaños con el de mi madre, dirá que de olvidadizo nada, que lo que pasa es que no pongo atención. Lo malo de la familia y de los amigos es que te conocen demasiado.

Me paso la vida perdiendo cosas, pero, a veces, tiene su punto, como cuando encuentro un billete de 5 euros arrugado en un bolsillo de un pantalón que no me pongo desde hace una semana. Una vez conocí a un montón de economistas, y uno con cinco con copas de más me explicó que se puede demostrar que mucha gente a veces elige lo anti-económico (menos dinero como resultado de una decisión, supongo). Que la gente prefiere encontarse 5 euros en su pantalón a encontrarse 12 euros por la calle y dividirlo con el amigo que te acompaña en 6 y 6. Economistas: si lo que acabo de decir es un disparate, serán las copas de más de aquel tipo. Imaginen el infumable (en realidad unsmokable, porque fue en inglés) rollo que le respondí sobre la química teórica y los retos de la ciencia para el próximo siglo. Espero que la embriaguez le ayudara a digerirlo, pobre hombre.


Actualización inevitable: Nieva como nunca vi nevar en Jena. Stupendo, que diría Forges. Y yo me voy. Anoche me dijeron: pásatelo bien en el sol, nosotros nos quedamos con la nieve en Jena.

martes, 26 de febrero de 2008

Palabras, Palabras, Palabras

Me dijeron hace poco que las palabras son sólo conveciones que utilizamos. Decían que para un bebé, aprender dos idiomas a la vez es bastante complejo. Hasta que crezca un poco y desarolle su pensamiento abstracto, un mismo objeto de la realidad, representado en su cabeza con dos palabras (Tisch y Mesa, por ejemplo), son, en su cabeza, dos objetos distintos. No me lo creo. Lo de las convenciones, digo (lo otro, que me lo digan las psicólogas...). Mi padre me dijo de pequenio que, si lo piensas un rato, las palabras acaban haciendo honor a su nombre. Si se pone uno a penar, la palabra "reloj" parece pensada para nombrar ese objeto que hace "tic-tac". La palabrá "café": me dirán que esa maravillosa bebida se podía llamar de otra manera? Y "pizza"? Si alguien tiene un nombre mejor, que lo diga. Y esos objetos fetiche SÓLO se podían llamar "hidrantes"...

Menos filosóficos son los nombres de las cosas en los supermercados. Mi desayuno es pura poesía. Los cereales me recuerdan, en invierno, que "Frauen, die frühstücken, nehmen einfacher ab", y en primavera, me ayudan con un "Plan-Bikini", cuando no me regalan vales para una cura SPA-Wellness. La coña no para ahí. Mis yogures se llaman Grazil (grácil). La ironía? Hace dos meses, en una discoteca en Jena, un tipo me paró y me preguntó si era vasco (vaya por delante mi respeto a los vascos...). Y el queso en lonchas? Mí queso en lonchas es una delicia, es, simplemente...Romance. Para darle el toque gore-kitsch, se llama Romance IN SCHEIBEN (romance en lonchas...). Éstos productos son del Aldi. El Penny-Markt era más sutil. El papel higiénico se llamaba, adecuadamente, Happy End, frente a la sobriedad del Solo, del Aldi.

Sin duda, el mejor de todos ellos es el jabón para lavavajillas que se llama Quantum. Que lo de quantum vende es algo que se sabe. Yo ponía los dos tochos de Quantum Mechanics sobre la mesa de la biblioteca, en la Facultad de Físicas de la ULL (ojo, que soy químico), por ver si atraía, o al menos, impresionaba, al personal (personal femenino, se entiende). Debió de ser la peor idea de la historia del ligue.

actualización: Heisse Liebe, (amor caliente), un té de la mensa.

lunes, 25 de febrero de 2008

Vuelta a Jena

Después de un fin de semana en Madrid, vuelvo a Jena. Siempre que vuelvo tengo la misma sensación de los primeros días. Voy pensando, mientras bajo las escaleras de la estación (que se llama Paradies), "Mmh...así que aquí es donde vivo yo". Miro un poco sorprendido a las cosas que ya deberían haberme dejado de sorprender. En el trayecto a casa, los adoquines se encargan de recordarle a mi maleta, a mí, y a cualquiera que esté a menos de 50m que hemos vuelto a Jena. Al pasar por el único sitio donde sé que lo tienen, compro EL PAIS del día anterior (no lo pude comprar en Madrid).

La sensación de llegar a casa sólo la tengo cuando de verdad llego a mi piso. Mi buzón rebosante de publicidad me saluda. Abro la puerta y compruebo que mis dos higrómetros siguen sin hablarse (55% digital vs. 81% analógico). Preparo la cafetera y le dedico un tiempo a separar las toneladas de papel impreso que los publicistas alemanes han preparado para mí, y descubro que no sólo ellos, sino también los de la tarjeta de crédito y los de la revista Focus se acuerdan de mí. Deben de ser los mismos, porque la suscripción a lo uno me vino con petición de lo otro. Sobrevuelo el Focus mientras acabo el café recién hecho (el tren me adormila un poco, siempre) y leo en el teletexto (sí, no tengo internet en casa) que le han dado el Oscar a Javier Bardem. Ducha y al trabajo.

Y, sí, después de escribir un mail algo cabreado para un tío algo desagradable, entro en mi pobre blog, que lo tengo abandonado y hasta mal diseñado (según me cuentan). Y todo el monólogo interior que llevo preparando para poner aquí se me queda en nada y me parece poco interesante, así que escribo este pequeño diario y basta, que no se puede ser gracioso y/o entretenido siempre, no?