Lo primero que hizo mi primera bicicleta de Berlín fue romperse. Tampoco los 25 euros que le acabamos pagando a aquel tipo en el mercadillo daban para discutir. Pero, aquella bici, incluso rota, valía más. Al día siguiente recorrí media ciudad para poder arreglarla gastando lo menos posible. Más tarde supe que sería algo típico de erasmus: moverse quince kilómetros para ahorrar seis euros. Tuvo la delicadeza de romperse la última noche de fiesta con los compañeros del piso. Estuvo dos meses en el mismo sitio donde se rompió: una farola frente al Kaffee Burger.
Llevo tres años cargándola rota. Una época estuvo aparcada sin candado en mi residencia, con la esperanza de que alguien se diera cuenta de que -aunque rota- era una buena bici. Me fui por segunda vez de la residencia. Allí seguía meses más tarde, hasta que un día decidí que se había ganado a pulso el que me la llevara de nuevo conmigo. En Jena, por estar mi cuarto encima del garaje, hasta duermo encima de ella.

Aunque lleve ya casi tres años utilizando otra bicicleta, siempre lo hago pensando que es algo temporal hasta que arregle la de verdad. No hay nada más definitivo que lo que se llama temporal. Por suerte, no hay nada más temporal que las cosas que nos parecen definitivas. Menos mal.
Llevo tres años cargándola rota. Una época estuvo aparcada sin candado en mi residencia, con la esperanza de que alguien se diera cuenta de que -aunque rota- era una buena bici. Me fui por segunda vez de la residencia. Allí seguía meses más tarde, hasta que un día decidí que se había ganado a pulso el que me la llevara de nuevo conmigo. En Jena, por estar mi cuarto encima del garaje, hasta duermo encima de ella.
Aunque lleve ya casi tres años utilizando otra bicicleta, siempre lo hago pensando que es algo temporal hasta que arregle la de verdad. No hay nada más definitivo que lo que se llama temporal. Por suerte, no hay nada más temporal que las cosas que nos parecen definitivas. Menos mal.